Historias de San Luis: Martita
Por Nino Romero.
Comienzo presentando el personaje: Martita. Una dulce niña de 9 años de edad con la inocencia a flor de piel. El lugar: uno de los tantos comedores barriales y familiares que alimentan a niños y a mayores también.
Aquellos que crean que hay menos comedores están muy equivocados. Cada día hay más. E inclusive ahora en muchos lugares se está imponiendo la modalidad que una familia lleve a comer a su casa a algunas personas o les preparen diariamente una vianda. Y estas familias no entran en los conteos. Pero ese no es el tema, aunque Martita es una de las niñas que asiste todos los días con sus dos hermanos y su mamá a un comedor de un barrio en la zona oeste de la capital puntana.
La conocí por casualidad hace tres semanas. Fui al lado de su casa por cuestiones que no vienen al caso. A los padres de la niña si los conozco. Cuando llego a ese barrio, poblado de viviendas precarias, estaban en la calle.
Saludos de rigor y a distancia. Todos ellos con sus barbijos. Los grandes y los chicos.
A Martita le gusta conversar y al enterarse del lugar dónde trabajo, me pidió que le mandara el lunes saludos, cosa que cumplí en el horario que habíamos pactado.
Además, me cuenta que lo que más le gusta es andar en bicicleta, y por eso todos los días espera que llegue una señora que trabaja en un negocio ubicado al lado de su casa, porque ella le presta su bicicleta para que ande “despacito porque es peligroso y que no me acerqué a la ruta ni me vaya lejos”.
Es el momento en que la niña se siente más feliz.
Susana, la dueña de la bicicleta, se había dado cuenta que Martita estaba todos los días a las 2 de la tarde en la esquina del negocio donde trabaja, y cuando la veía aparecer, corría a la par de ella en una imaginaria competencia entre una niña y una bicicleta, para ver quien llegaba primero.
Un día, Susana frenó su bicicleta en la esquina donde la estaba esperando Martita y le propuso que, en lugar de correr, se subiera ella a la bici, pero la respuesta fue que no sabía andar “porque nunca tuve una, ni siquiera un triciclo, aunque eso sí, en triciclo sé andar porque me he subido a varios que son de mis primos o de algunos vecinos”, advirtió la pequeña.
“No importa”, le dijo Susana. “Vos subite al asiento y yo te tengo y hacemos como que vas manejando hasta que lleguemos al negocio”.
Y así fueron varios días, hasta que una vez, Susana dejó de sostenerle el asiento y la pequeña Marta no se dio cuenta que ya estaba andando solita.
Y a partir de entonces, cuando Susana llega a su lugar de trabajo, Martita se hace cargo de la bicicleta durante toda la siesta y les pone alas a sus sueños.
Porque en esa bicicleta se permite soñar que está corriendo una carrera y siempre llega primera.
O que va a trabajar “a una fábrica gigante para ganar mucha plata”.
O que es doctora y aparece con un remedio que sana a papá, “que no puede trabajar desde hace mucho tiempo y cada día está más flaco porque está enfermo”.
O sueña que tiene un negocio y gana plata y entonces mamá deja de ir a limpiar, lavar y planchar a las casas de los vecinos.
O que tiene ropa que no le aprieta tanto, o zapatillas que no le hacen doler los deditos en la punta.
Y andando en bicicleta, Martita es feliz, porque sueña como le gustaría que fuese su mundo y su vida, sin tantos sufrimientos, sin tantos padecimientos o necesidades.
Cuando se baja de la bici, se le borra esa sonrisa que tiene cuando pedalea sin parar y vuelve a su realidad de todos los días.
Pero conserva intacta su inocencia y su esperanza que alguna vez Los Reyes Magos van a leer su cartita.
Esa que les escribe todos los años en la que les pide “una bici igualita a la que me presta la señora del negocio de al lado”.
Hace muchos años me tocó vivir una historia muy parecida a la de Martita, con una niña que creció y ahora es empleada de un comercio y tiene dos hijas.
Tenía el mismo sueño. A esa niña que creció y ahora es Mamá, los Reyes Magos le cumplieron su sueño apenas conté su historia.
A Martita me parece que la esperada bici llegará mucho antes que los Reyes Magos.
Porque a pesar de todo lo que nos pasa, es bueno cuidar que nuestros niños, todos, sigan soñando y piensen en un mundo mejor. Que no se detengan.